Innumerables y maravillosos recuerdos
de una infancia colmada de amor,
atiborrada de cuidados,
llena de fundimientos incesantes y avalados por ti,
hiciste muy bien tu clase de amor,
todos esos bellos sentimientos se impregnaron en mi ser.
Esa paciencia que te caracterizaba
y ese amor sin límites que depositaste en mi vida
sin lugar a dudas
ha dejado huellas en mi existir.
Vienen a mi mente pasajes de nuestras vidas
como por ejemplo
"cuando me escuchaste leer por primera vez"
o cuando
"saqué una nota roja en el colegio"
y lloré, lloré desconsoladamente y tu me decías
- no importa, es sólo una nota, no tiene importancia -
y afirmabas
"eres la mejor"
"todo aquello que te propongas lo podrás alcanzar,
por que tu inteligencia no tiene límites".
Tu convicción y tu fé en mi
hicieron en gran medida la mujer que hoy soy,
si, digo mujer porque los años físicos así lo demuestran;
la familia que formé siguiendo tus consejos lo avalan
y aún más, ahora luego de tu paso a la otra dimensión
dieron el punto final a este sentir de adulta completamente, ya que comprendí que "ya no soy la niña de antaño",
que debía adoptar el papel que correspondía,
toda una adulta en realidad,
aunque no te niego que en mi corazón
aún me siento tu niña,
la niña de tus ojos.
(Derechos reservados Marisol Fuentealba C.)